- Qué prefieres: ¿dolor o humillación? – me preguntaste.
Y no supe que responder porque ya sé que si digo humillación, para evitar el castigo, los azotes o las pinzas, tú me humillarás, llamarás a tu amante y me pondrás los cuernos mientras me llamas cornudo. Y que luego, tras follar con él, me azotarás el culo a razón de 10 fustazos por cada orgasmo que hayas tenido al ponerme los cuernos (ese es tu capricho y para mi es sagrado), por lo que no me escaparé del dolor. Diga lo que diga.
- Qué prefieres: ¿dolor o humillación? – insististe, mientras me pellizcabas los pezones.
- Dolor – te contesté
Y tú me cogiste, me llevaste a la pared, me pusiste frente a ella para que me apoyara con las manos y ofreciera el culo.
- Sácalo más que te voy a dar duro.
Y comenzaste a darme azotes en el culo, mientras me llamabas cornudo, me decías que me amabas y yo te contestaba “gracias, amor mío”, tras cada azote. Como es natural entre nosotros. Pero de pronto dejaste de azotarme, te sentaste en la cama y me cogiste del pelo para llevar mi cabeza frente a tu coño. Sin tocarlo.
- Huele.
Y olí el aíre que venía de tu coño y noté el sabor de tu excitación. Sabía que estaba mojado.
- ¿Quieres lamérmelo? – me preguntaste.
- Sí, amor mío.
- Pero ya sabes que sólo puedes lamerme el coño después de que haya follado con otro macho.
- Sí, lo sé.
- Entonces, ¿qué hacemos?
- No sé, amor mío.
- ¿Quieres llamar a mi amante para que me folle y así poder lamer mi coño excitado por haberte azotado?...
No lo pensé. Me levante súbito, fui al teléfono y marqué el número de tu amante.
- Pero sé sumiso y educado, como te tengo enseñado –me recordaste.
Asentí con la cabeza y cuando Abel cogió el teléfono le pedí que viniera a follar contigo.
- Suplícaselo, cornudo.
- Te suplico que vengas a fallarte a mi mujer.
Y Abel vino poco después folló contigo hasta que estuviste rendida de tanta follada, de correrte una y otra vez mientras yo te besaba la mano de rodillas. Y te decía que te quería. Que te quiero. Y tú sonreíste, te levantaste y me cogiste del pito y digo pito, porque según tú misma me recuerdas constantemente, yo no tengo polla, sino pito, un ridículo pito que no se puede ni comprar con una verdadera polla de un macho. Lo sé y lo acepto. Así que me cogiste del pito y me llevaste a la pared para que me apoyara en ella con las manos.
- Me he corrido tres ves, amor mío. Así que tú mismo haz la cuenta.
- Son 10 azotes por orgasmo, por lo que son 30 azotes.
- Exacto. Saca más el culo, cornudo, que quiero que Abel vea como te azoto después de haberte echo cornudo.
Así que saqué el culo y recibí con gusto tus 30 azotes, porque ya te conjozco, te amo y sé que haga lo que haga y elija lo que lejía, al final me azotarás y me humillarás. No tenga escapatoria posible. Y no la quiero. Porque te amo tanto que para mi es un placer sufrtir por ti, que mi cuerpo sirva para tu placer y mi humillación para que goces, disfrutes y seas feliz. Esa es mi felicidad, amor mío, te dije cuando me diste el 25º azote en mi culo rojo y dolorido. Pero tú paraste de pronto.
- Faltan 5 –te advertí.
- Sí, pero he visto que tienes el pito muy duro y no quiero que te corras.
- Es verdad, amor mío.
- No me lo explico, pero cuando más te castigo y humillo más gozas. Ya no sé qué hacer contigo.
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