Todo fue muy sencillo. Nosotros éramos una pareja normal, vainilla, que se amaba. De vez en cuando jugábamos a hacerlo en otros sitios, a cambiar posituras o roles e introducíamos juguetes como las bolas chinas. Pero un día te dije que te compraras un consolador de cintura. No sabía por qué te lo había pedido, pero me habías mostrado una foto de Internet en el que una chica lo llevaba y me habías preguntado si me gustaría que tuviera uno. Y te dije que sí. Y tú lo compraste, llegaste a casa, te lo pusiste y te echaste desnuda con él sobre la cama, cogiéndolo con las dos manos.
- Ven, chúpalo –me dijiste con una pícara sonrisa.
Y lo hice. Lo chupe y lamí despacio y con denuedo para darte placer porque noté que estabas muy excitada. Cuando lo estás tu coño huele de una forma especial y yo sé que estás en celo, excitada.
- ¿Te gusta? –me preguntaste mientras lo chupaba.
- Sí, cariño.
- Lo sé, porque tienes la polla dura. Lame también los huevos- añadiste.
Y lo hice. Comencé también a lamer los huevos del aparato, a darle lamidas y chupadas. Primero despacio y luego más rápido para acompasarme a los movimientos de tu cadera que movías como si fueras un macho.
- Es más grande que tu polla. Lo sabes ¿no?
- Sí, lo sé. Lo has comprado adrede más grande.
- Sí. Lo he hecho a posta.
- Mucho más grande. Casi no me cabe en la boca.
- ¿Te gusta chupar pollas?
- No lo sé, amor mío.
- Lo sabremos, me dijiste con una enigmática sonrisa.
Y al día siguiente me llamaste para decirme que me preparabas una sorpresa, que venías a casa y que te esperara en la puerta desnudo y de rodillas. Supuse que era un juego más; uno de los muchos juegos que improvisábamos para darle vida a nuestra vida sexual. Y me desnudé y te esperé en la puerta de rodillas. Llegaste pronto acompañada por un chico del trabajo que me presentaste mientras me sentía algo avergonzado porque los dos estabais vestido y yo desnudo, pero no dije nada. Tú sí que hablaste porque con voz clara, seria y firme me dijiste qué esperabas de mí, por dónde iba aquel juego.
- Bájale los pantalones y chúpale la polla como te he enseñado.
Sentí dolor en algún lugar del pecho y una extraña sensación de humillación. Pero mi polla estaba dura y tú lo sabías porque no dejabas de tocármela para comprobarlo, para ver si me gustaba aquella situación. Siempre has sido una chica muy inteligente y te has anticipado a mi deseos haciéndome muy feliz.
- Obedece –dijiste muy seria y con voz firme.
Y lo hice. No lo dudé y me metí su polla en la boca y comencé a chuparla tal y como hacía con el consolador; tal y como tú me habías ido enseñando porque me habías corregido la fgorma de hacerlo y me habías ido indicando cómo se hacía, cómo se chupaba una polla. Eres mujer y supuse que de eso sabías más que yo, así que te había hecho caso y había aprendido de ti cómo se chupa una polla.
- Los huevos también –me aclaraste.
- Y seguí chipando huevos y polla, dándole lametones y chupando.
- Bésala – me indicaste.
Y le di besitos a su polla a lo largo de toda ella que ya estaba dura, muy dura.
- En los huevos también –añadiste al poco.
Y seguí chupando su polla y sus huevos, hasta que noté que estaba durísima. Así que miré hacía arriba y vi como lo besabas en la boca, cómo te morreabas con él, como le agarrabas la nuca para que no se te escapara y seguías besándolo con ardor, pasión y frenesí.
- ¿Quieres que me lo folle? –me preguntaste en un momento que habías parado.
Me quedé de piedra. Aquella ya no era un juego inocente, sino una propuesta muy seria. No sabía qué decir. Te miré y estabas preciosa, guapa, imponente. Te miraba desde abajo, con la polla de aquel chico metida en mi boca y excitado, muy excitado.
- ¿Quieres me lo folle?- volviste a preguntarme.
- No lo se, amor mío.
- Pues tu polla dice que sí.
Y miré mi polla y era cierto. Estaba dura, muy dura, pero no sabía qué decirle. Sentía celos, mariposas en el estómago y un cierto dolor por la humillación, pero también un extraño placer porque mi polla estaba dura.
- No lo sé –te dije azorado.
- Pues decídelo. Tienes un minuto, pero procura que no se corra mientras lames y piensas.
Y seguí lamiendo y chupando aquella polla, besándola, lamiéndola despacio porque quería alargar el momento, alargar el tiempo de respuesta.
- ¿Quieres que me lo folle? – insististe, cogiéndome de la cabeza para acelerar mis movimientos con la lengua.
- Si tú quieres sí –le dije extrañado por mi propia respuesta.
- ¿Quieres ser cornudo?
- No sé…
- Si follo con él serás cornudo, ¿quieres serlo?
- No lo sé.
- Piénsalo, cariño. Follaré con él y serás cornudo y tú gozarás mucho porque tienes tu polla dura, muy dura. Creo que te gusta. Que te gusta mucho ser cornudo.
- Sí,
- ¿Te gusta tener la polla dura o ser cornudo.
- Las dos cosas, amor.
- ¿Quieres ser cornudo?
- Sí
- No te oigo. Dilo más fuerte.
- Si, quiero.
- Dilo con claridad. Quiero que seas sincero, muy sincero conmigo.
- Está bien, ya te hemos oído, pero entonces suplícamelo.
- Te suplico que me pongas los cuernos, que me hagas cornudo.
- De acuerdo, cariño. Te haré caso. Ya sabes que te amo, que te quiero con locura y que me desvivo por hacerte feliz, por darte todo lo que quieras y lo que tú necesitas. Aunque no lo sepas.
Y le sacaste la polla de mi boca, lo cogiste a él de la mano y te lo llevaste a nuestra casma de matrimonio. Y comenzaste a desnudarte, mientras me sonreías y me guiñabas un ojo en señal de complicidad, de amor, porque yo sabía y sé que me amas. Y mucho.
- Desnúdalo a él y prepáramelo mientras me quito la ropa.
Y lo desnudé y volví a chuparle la polla para ponerlo duro para ti., Muy duro, a tenor de lo bien que te lo follaste mientras yo miraba de rodillas al lado de la cama. Porque fuiste tú la que te lo follaste en todas las posturas. Encima de él, sobre todo, porque te gustaba clavarte y cabalgarlo. Siempre has sido una mujer pasional y muy ardiente.
Desde aquel día vienes asiduamente a casa con tu compañero de trabajo y yo os espero en la puerta de rodillas para preparártelo, para chuparle la polla a tu amante, desnudarlo y traeros las bebidas. Me has convertido en cornudo sin darme cuenta, sin desearlo. O quizás sí. No lo sé. Siempre me has conocido tú a mí más que yo me conozco a mi mismo. Y esa es mi debilidad. Y tu fortaleza. Me has convertido en un cornudo sin darme cuenta. Y sumiso, porque te he dicho a todo que sí.
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