Luego supe, tú me lo contaste, que te habías follado a toda mi promoción de la universidad. Que te iba eso de ser algo puta y zorra, con el debido respeto. Me lo confesaste y fuiste muy sincera. Me lo dijiste justo antes de llegar al altar, en el pasillo que nos conducía al matrimonio, mientras pasábamos por en medio de todos mis compañeros de promoción a los que habías invitado a la boda.
Fue entonces cuando supe que todos los que estaban sentados mientras nosotros pasábamos entre ellos, habían follado contigo. Y varias veces. El último hacía sólo unos días en tu despedida de soltera. Y estaba en la primera fila. Lo conocía: era Abel, mi mejor amigo.
- Te soy sincera. Ya lo sabes todo. Piénsatelo antes de decir sí quiero –me dijiste cuando llegamos a la altura del cura.
Me lo pensé. Lo estuve pensado mientras oía a lo lejos la voz del cura con su ritual habitual, aunque yo lo escuchaba pero no lo oía porque estaba ensimismado imaginándote follando con todos ellos, y con mi mejor amigo hacía sólo unos días, en la despedida de soltera que organizaste con tus amigas.
Así que la mayor parte de los tíos que estaban en la iglesia te habían follado y todos sabían que yo era un cornudo. También tus amigas, las damas de honor. A lo mejor hasta tu madre a la que le comentabas todo y que yo sabía que era una mujer ardiente que le había puesto los cuernos su marido, a tu padre, muy a menudo. De hecho tenía un amante muy joven al que mantenía con el dinero de su marido, de tu padre.
Ahora que lo pienso, casi todo encaja porque de pronto he recordado que había visto salir a tu padre del dormitorio en el que tu madre follaba con su joven amante. Él lo sabía. Y consentía. Por eso quizás tú tenías escuela, la de tu madre, y te había enseñado. Te había enseñado y educado para que buscaras un buen marido.
- Busca un marido bueno, como lo es tu padre –le había oído comentarte.
Ahora lo comprendía todo. Lo habías buscado y lo habías encontrado A mí. Yo era ese marido bueno que tú necesitabas y que tú madre te recomendaba. Pero el cura sigue con su letanía ritual mientras tú me miras y sonríes. Te veo segura. Segura de ti misma, con ese aplomo con el que has dirigido tu vida, nuestra vida. Ese saber estar que me llevo a enamorarme de ti y amarte más allá del bien y del mal, más allá de cualquier límite.
- Soy muy exigente –me habías advertido cuando te propuse salir.
Y lo fuiste. Mucho. Porque enseguida conseguiste convencerme de que era yo el que debía hacer la colada para que a ti no se te estropearan las manos. Y el que debía fregar los platos. Y el que debía mantenerse casto, sin correrse sin tu permiso porque no te gustaba que tuviera placer sin ti. Tenía que compartirlo contigo. Me pareció lógico.
Como me pareció lógico que salieras todos los vienes con tus amigas y regresaras al día siguiente con toda la ropa arrugada y las bragas casi caídas. Las había olido más de una vez y sabían a excitación, a tu coño, pero a algo más que no supe identificar.
No le di importancia, pero ahora que me lo dices, justo antes de casarnos, tengo que tomar una decisión porque el cura parece que llega al final del rito ese que dice: “Quieres a Marta como tu esposa para…”.
Eso dirá el cura, eso me dice ahora y he de responder. Me lo pienso durante un segundo, te miro, me sonríes con tu irresistible sonrisa, me miras con esos ojos que adoro y respondo:.
- Sí, quiero –le digo al cura.
- Si quiero, contestas tú.
Y entonces viene el beso que me das mientras me tocas la entrepierna.
- Tienes la polla dura, cornudo –me susurras al oído. Sabía que dirías que sí. Eres como mi padre y por eso te amo.
Eso ha ocurrido hace una hora. Ahora estamos en la habitación del hotel donde hemos subido para cambiarnos antes del banquete. Pero antes del banquete tú te estás estrenando con mi mejor amigo, el de la primera fila, al que le chupas la polla mientras me miras con eso ojos que adoro. Cuando he subido te he sorprendido con él y me he quedado quieto en la puerta.
- Pasa, cornudo, siéntate y diviértete –me has dicho.
Y me he sentado en el sofá para ver cómo se las chupas, cómo lo desnudas, como le metes mano y te lo llevas a la cama para follártelo. Porque te lo follas una y otra vez, le aprietas el coño con tu polla, lo cabalgas, gines, jadeas y me miras con esos ojos que me vuelven loco. Eso ojos que delatan que te estas corriendo. Pero con otra polla en tu coño.
- Si quieres puedes acariciarte y correrte, cornudo -me has dicho.
- ¿Sí?
- Sí, claro. Es nuestra noche de bodas.
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