Y entonces no tengo más remedio que reconocer públicamente que todo empezó aquel día en el que ella me ató a los barrotes de la cama. Jugando, claro. Yo siempre había ejercido con ella el papel de dominante porque mi fuerte personalidad se había impuesto, de forma natural, a sus modos cariñosos y tiernos.
Así es que cuando aquella noche, después de follar varias veces y al ver que el cansancio hacia mella en mi polla, ella me dijo que le gustaría atarme a la cama, no puse inconvenientes, me dejé, asentí, porque después de todo era excitante pasar al otro lado, cruzar al otro lado del espejo.
Ella me ató entonces con pañuelos a los barrotes de la cama, me metió sus braguitas en la boca y me las aprisionó con otro pañuelo atado a mi nuca. Luego se encabalgó sobre mi barriguita y comenzó a rozarme los pezones con las yemas de los dedos, pues sabía que los tenía muy sensibles, con el fin de excitarme, de ponerme la polla dura y poder así clavarse de nuevo. Sin embargo, no lo conseguía con la suficiente dureza como para volver a penetrarse y por mucho que se esforzaba no conseguía que se mantuviera firme.
Llevamos ya tres polvos, creo recordar y costaba. Pero fue entonces cuando ella sonrío y me dijo que si yo no "funcionaba" tendría que recurrir a un chico de la oficina en la que trabajaba, que no dejaba de mirarla y de proponerle cosas con la mirada. Lo dijo de broma, claro, pero algo notó en mí. En mi polla. Porque insistió en lo del chico y me dijo que le gustaría saber cómo follaba, si era un buen macho y que le gustaría tirárselo. "Con mi permiso, por supuesto", me aclaró.
Yo dije que no, dando cabezazos.
- ¿Y entonces por qué tu polla se ha puesto dura? –me preguntó.
Era verdad. Estaba dura, muy dura, pero yo seguía negando con la cabeza.
- Tu polla está más dura aún –me explicó.
Y yo negué con la cabeza.
- Así es que te gusta ser cornudo. ¡Vaya!, no me esperaba eso de ti, pero me viene de perlas.
Y yo seguía negando con la cabeza, dando cabezazos.
- Sí, tú di que no, pero ella dice que sí y con mucha fuerza, parece que tu polla me grita que te haga cornudo.
Y yo seguía negando con la cabeza, pero mintiendo: Mi polla me dejaba como un mentiroso y ya con ella muy dura, echamos un polvo bestial. Aquella noche no paso nada más, ella calló, no volvió a recordarme nada pero poco a poco he pasado de macho dominante a cornudo sumiso porque a los pocos días me dijo que si quería que me volviera a atar. Y le dije que sí.
Y entonces me ató a la cama y ya no me comentó que quería follar, sino que se había follado a ese chico y mi polla volvió a ponerse dura, muy dura, lo que confirmaba que, efectivamente, era un cornudo. Y lo era porque desde ese momento no se me ponía la polla dura, como no fuera de esta forma. Y ella se dio cuenta y me lo comentó.
Lo de sumiso vino después, cuando poco a poco fue apoderándose de mi voluntad e imponiendo la suya, porque a los pocos días me volvió a preguntar si quería que me volviera a atar y le dije que sí, suponiendo lo que vendría, pero no esperaba lo que paso.
Me sentó en un sillón y me ató a los brazos y los pies. Y luego, se fue para abrir la puerta y entró en la habitación con su amante que comenzó a besarla, abrazarla y a desnudarla delante de mí, mientras ella me miraba, sonreía y veía que, efectivamente, seguía teniendo la polla dura. Muy dura. Follaron delante de mí toda la noche y yo estuve con la polla dura todo ese tiempo. Lo demás fue muy sencillo: ella cogió el mando de la relación y ya no me preguntaba si quería que me atara porque no hacía ninguna falta.
Me avisaba por teléfono si venía a casa con un amante y me decía que lo preparaba todo. Y yo me ponía un delantalito de doncella francesa sobre las bragas que ya usaba, a petición suya, pues me había dicho que si quería verla follar con otro, como tanto me gustaba, tendría que llevarlas siempre para que sus amantes se sintieran más machos al verme y la follarán mejor. Y le preparaba la cama, las bebidas y me sentaba en el sillón a esperarla. No hacía falta que me atara. Ya estaba con la polla dura cuando ella entraba en la habitación cogida de la mano de su amante.
Y tan feliz, porque ella se ha ido apoderando de mí, volviéndome consentidor y con gusto, porque no ha cejado hasta convertirme en un cornudo sumiso que suspira y suplica todos los días serlo.
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